15.6.11

Las clases de música

Lo primero que llamó mi atención en tu casa fue la cantidad de discos (no cedés) en la mesa del comedor. Y el tocadiscos. Y que con esa facilidad con la que sonríes y se forma un triángulo de lunares en tu mejilla izquierda cambies el ambiente con decidir entre una y otra atmósfera de algo que jamás había llegado a mis oídos...
Ahora me muestras una que otra canción. Tan disciplinado tú, no evocas nada. Te inclinas por el ritmo, por la ejecución, por cuestiones, a fin y al cabo, de ese perfeccionismo inherente a los de tu especie. Yo, al revés, evoco, creo escenarios, ajusto los vestidos de mis recuerdos a una nueva melodía, los llevo a vivir de vuelta.
Cliché. Me fascina cómo (me) explicas de dónde llegó tal o cual melodía en tu vida. Unas, como tu espíritu, llegan y se van; otras dan muchas vueltas y las usas y las mancillas y después las consuelas escuchándolas en tu espacio privado. Estoy entendiendo que la música, pero sobre todo compartirla, es un poco como dar la llave de tu manera de entender el mundo y las cosas. Ahí me falta mucho; es donde entiendo que somos muy diferentes. Y es ahí donde maldigo toda mi normalidad.
Hoy me dejaste una tonada... " Siboney al arrullo/de la palma pienso en ti/Siboney de mi sueño
que no oyes la queja de mi voz/Siboney, si no vienes me moriré de amor."


Sé que para ti no significa lo que significa.
Pero siempre las canciones tienen una nueva oportunidad.


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