Puede uno amar sin ser feliz; puede uno ser feliz sin amar; pero amar y ser feliz es algo prodigioso
Honoré de Balzac
***
¿A cuento de qué fue ese abrazo? Parece que no lo saben. O no lo recuerdan. Porque el alcohol ha corrido por sus bocas y sus ropas. Pero el fondo es demasiado alucinante por sí mismo. Cualquiera diría que no quieren soltarse jamás. Nunca se ven los rostros de frente. Él, evidentemente más alto, la toma de la nuca, casi con cuidado, como siempre, como a ella le marea y no le importa que su camisa se llene de su perfume. Ella, en su breve sueño, campea a sabiendas de quererlo encontrar al final del camino. Y entonces no lo soltará. Lo aprisiona, cierra los ojos y se abandona. No quiere que la música -si es que existió- termine. Es su momento, el instante que le da aliento; por el que vale la pena estar y ver y hacer y dejar. Por sentir su calor, todo. Sus cabellos sólo se delimitan por la oreja izquierda de él; de otro modo son tan parecidos que recuerdan un atardecer poderoso en un mural. Pronto acabará esa unión de sus cuerpos; pronto cada uno recuperará su espacio vital, darán la media vuelta y quizá intercambien un comentario, una sonrisa, un silencio. Pero al momento del flash sus cuerpos dicen: "no me dejes, no me sueltes. No te vayas", a la espera de la respuesta que, quizá, en unas semanas, se haga inevitable.
22.9.09
11.9.09
Good day sunshine
Fue una semana beatle. Sin duda :)
Los Beatles
Gabriel García Márquez
16 de Diciembre de 1980
Así es: la única nostalgia común que uno tiene con sus hijos son las canciones de los Beatles. Cada quien por motivos distintos, desde luego, y con un dolor distinto, como ocurre siempre con la poesía. Yo no olvidare aquel día memorable de 1963, en México, cuando oí por primera vez de un modo consciente una canción de los Beatles. A partir de entonces descubrí que el universo estaba contaminado por ellos. En nuestra casa de San Ángel, donde apenas si teníamos donde sentarnos, había solo dos discos: una selección de preludios de Debussy y el primer disco de los Beatles.
Por toda la ciudad, a toda hora, se escuchaba un grito de muchedumbres; “Help, I need somebody”. Alguien volvió a plantear por esa época el viejo tema de que los músicos mejores son los de la segunda letra del catálogo: Bach, Beethoven, Brahms y Bartok. Alguien volvió a decir la misma tontería de siempre: que se incluyera a Bosart. Alvaro Mutis, que como todo gran erudito de la música tiene una debilidad irremediable por los ladrillos sinfónicos, insistía en incluir a Bruckner. Otro trataba de repetir otra vez la batalla a favor de Berlioz, que yo libraba en contra porque no podía superar la superstición de que es oiseau de malheur, es decir, pájaro de mal agüero. En cambio, me empeñé, desde entonces, en incluir a los Beatles. Emilio García Riera, que estaba de acuerdo conmigo y que es un critico e historiador de cine con una lucidez un poco sobrenatural, sobre todo después del segundo trago, me dijo por esos días: “Oigo a los Beatles con un cierto miedo, porque siento que me voy a acordar de ellos por todo el resto de mi vida”. Es el único caso que conozco de alguien con bastante clarividencia para darse cuenta de que estaba viviendo el nacimiento de sus nostalgias. Uno entraba entonces en el estudio de Carlos Fuentes, y lo encontraba escribiendo a maquina con un solo dedo de una sola mano, como lo ha hecho siempre, en medio de una densa nube de humo y aislado de los horrores del universo con la música de los Beatles a todo volumen.
(....) Esta tarde, pensando todo esto frente a una ventana lúgubre donde cae la nieve, con mas de cincuenta años encima y todavía sin saber muy bien quien soy, ni que carajos hago aquí, tengo la impresión de que el mundo fue igual desde mi nacimiento hasta que los Beatles empezaron a cantar. Todo cambio entonces. Los hombres se dejaron crecer el cabello y la barba, las mujeres aprendieron a desnudarse con naturalidad, cambió el modo de vestir y de amar, y se inicio la liberación del sexo y otras drogas para soñar. Fueron los años fragorosos de la guerra de Vietnam y la rebelión universitaria. Pero, sobre todo, fue el duro aprendizaje de una relación distinta entre los padres e hijos, el principio de un nuevo dialogo entre ellos que había parecido imposible durante siglos.
Los Beatles
Gabriel García Márquez
16 de Diciembre de 1980
Así es: la única nostalgia común que uno tiene con sus hijos son las canciones de los Beatles. Cada quien por motivos distintos, desde luego, y con un dolor distinto, como ocurre siempre con la poesía. Yo no olvidare aquel día memorable de 1963, en México, cuando oí por primera vez de un modo consciente una canción de los Beatles. A partir de entonces descubrí que el universo estaba contaminado por ellos. En nuestra casa de San Ángel, donde apenas si teníamos donde sentarnos, había solo dos discos: una selección de preludios de Debussy y el primer disco de los Beatles.
Por toda la ciudad, a toda hora, se escuchaba un grito de muchedumbres; “Help, I need somebody”. Alguien volvió a plantear por esa época el viejo tema de que los músicos mejores son los de la segunda letra del catálogo: Bach, Beethoven, Brahms y Bartok. Alguien volvió a decir la misma tontería de siempre: que se incluyera a Bosart. Alvaro Mutis, que como todo gran erudito de la música tiene una debilidad irremediable por los ladrillos sinfónicos, insistía en incluir a Bruckner. Otro trataba de repetir otra vez la batalla a favor de Berlioz, que yo libraba en contra porque no podía superar la superstición de que es oiseau de malheur, es decir, pájaro de mal agüero. En cambio, me empeñé, desde entonces, en incluir a los Beatles. Emilio García Riera, que estaba de acuerdo conmigo y que es un critico e historiador de cine con una lucidez un poco sobrenatural, sobre todo después del segundo trago, me dijo por esos días: “Oigo a los Beatles con un cierto miedo, porque siento que me voy a acordar de ellos por todo el resto de mi vida”. Es el único caso que conozco de alguien con bastante clarividencia para darse cuenta de que estaba viviendo el nacimiento de sus nostalgias. Uno entraba entonces en el estudio de Carlos Fuentes, y lo encontraba escribiendo a maquina con un solo dedo de una sola mano, como lo ha hecho siempre, en medio de una densa nube de humo y aislado de los horrores del universo con la música de los Beatles a todo volumen.
(....) Esta tarde, pensando todo esto frente a una ventana lúgubre donde cae la nieve, con mas de cincuenta años encima y todavía sin saber muy bien quien soy, ni que carajos hago aquí, tengo la impresión de que el mundo fue igual desde mi nacimiento hasta que los Beatles empezaron a cantar. Todo cambio entonces. Los hombres se dejaron crecer el cabello y la barba, las mujeres aprendieron a desnudarse con naturalidad, cambió el modo de vestir y de amar, y se inicio la liberación del sexo y otras drogas para soñar. Fueron los años fragorosos de la guerra de Vietnam y la rebelión universitaria. Pero, sobre todo, fue el duro aprendizaje de una relación distinta entre los padres e hijos, el principio de un nuevo dialogo entre ellos que había parecido imposible durante siglos.
7.9.09
Blablablá
Sigo con mil madres en la cabeza. Son como preguntas o achaques que no son divertidos de asumir. Hay varios momentos del día en que valen mucho la pena. Otros, cuando debes jugártela a lo Naciones Unidas, te dan ganas de botar todo y dejar a medio mundo con sus predilecciones y sus reticencias. No hay ventanas donde estamos y añádanle una idea magistral de un wallpaper institucional que lo único que hace es deprimirme (ya lo dijo mi jefe, la imagen corporativa debería dejar resquicios a la expresión individual). En fin. Las preguntas poco a poco empiezan a tener su sentido y, me guste o no, debo admitirlo. Entretanto, las otras preguntas, las que sólo a mí conciernen siguen haciéndose más grandes y complejas. En esencia son dos. ¿Vale la pena seguir reflexionando, pensando, sintiendo? Y la segunda ¿Llegará ese instante en que me tope de frente contigo? ¿Existes o es verdad que te pudres en una cárcel del Perú? Ya estoy diciendo pendejadas como es mi costumbre. Hello, goodbye, toquemos los acordes del Beatles Rock Band, pongámosle buena cara a los tornados, comencemos a buscar la eficacia que hemos alcanzado en otros terrenos en unos más fatuos, menos visibles, pero igual de relevantes, de esenciales y dotados de felicidad... y dejemos de encontrarle la lógica al sueño de ayer. Mejor recordemos la sonrisa con la que te hizo despertar.
3.9.09
Una semana
Traigo demasiadas cosas en la cabeza y apenas terminó el miércoles. Un miércoles de shit (al menos llevamos dos días sin tornado). Mejor dejo el exorcismo para otro post. Ahora, sólo disfrutaré la cuenta regresiva del 09.09.09
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