11.7.09

El año y el instante

Todo tiempo llega porque es su única misión al estar esperando su breve paso de segundo.
Desde mi cumpleaños, todo ha sido sucesión de cosas sin pausa. Prepararse para una transmisión especial que encerraba una gran misión. Y pasaron esas seis horas -o más- y llegó la noche. Y entre la resaca de presión, otra bofetada que, dentro de lo poco que te deja para pensar, te estruja. Te conmueve la muerte del otro, de alguien que nunca conociste, que pudo haber sido un caso más y sin embargo, el estoicismo de su gente hace que abras los ojos. Pero ahí está el tirano favorito: el tiempo (y más si se trata de tiempo-televisión, donde todo es tan relativo y tan largo en su brevedad). Llegó este viernes y alguien me corrigió sobre mi pesimismo: "no digas que TODAVÍA faltan tantas horas, sino que SÓLO faltan". Buen punto. Y sí, llegó el final de la jornada. De una semana más larga y más dolorosa y tan vacía... de la cual sólo se queda el discurso de Joel Le Barón, despidiendo a su hijo Benjamín.

"En la cima de una colina, desde donde se ve todo el pueblo de Le Barón, con el atardecer rojo, pegado al frente a las montañas, él señaló a lo lejos y dijo, con una sonrisa de orgullo, que ese valle y los nogales y las casas y los niños y ese camión suyo que se veía a lo lejos, todo eso era la obra de tantos años de trabajo honesto, de tantas generaciones y que nunca estaría dispuesto a irse, y menos para dejarlo en manos de criminales sin vergüenza... aquí endureció él el rostro y la mirada. Estoy seguro que fue ese mismo rostro de combate el que le miraron quienes le quitaron la vida hace unas horas. Le colocaron una manta de advertencia, dicen en las noticias. ¿Por qué? ¿Por haberse negado a pagar el rescate de su hermano o por sabotear el negocio de la muerte? ¿O será por defender la vida de la comunidad? Así que esta muerte es un atentado en contra de los hombres que defienden ideas nobles con acciones firmes".


Estas palabras sabotean cualquier intento de pensar en otra cosa. Aunque me queda mi propio duelo en delay. Sin permiso para distraerse, para concederse, en esa jornada superior a seis horas donde lo único que importaba era que todo fuera perfecto, creo que no me abandonaste. Ni tú ni él (no lo cuento porque sé que está). Te habían dibujado hermosa y con unas alas fallidas, no por feas sino porque no hacían falta. Vuelas y volaste y este año que ya hay de distancia entre esa tromba parece un segundo. Parece la semana pasada. Porque no nos dejas del todo y no sé a veces si es sano que te demos tantas vueltas -nunca con tristeza, siempre como referencia-. Creo que te gusta andar por acá, enterándote de la nada.

Llegamos, te digo, a otro tiempo. Hoy toca celebrar los 30 del que siempre ha parecido (y que no lo es, por supuesto) un actor de reparto. Pero que no podríamos sin él. Como no podemos sin ti, sin el resto.

Estás con tus ojos bellos hecha papel, al lado nuestro, desde la medianoche del año en que nos ganaste la partida de turista que nunca quise jugar. Si te encuentras por tu camino a Benjamín Le Barón, dile que siga viendo su tierra indómita con el mismo orgullo. Y que muchos aprendimos a replantear esa palabra, "orgullo", a partir de su humillación en la tierra.

2 comments:

Dantés said...

no hay noche en que no la salude antes de dormir...
te quiero Ceci, los quiero a todos y a ella... ella sabe.

BleuHimmel said...

no entendi! . . .
pero no se si me lamentare
de no entender o si es mejor
no haberlo hecho, mientras no
se colapse el techo tienes
unas manos que se mueven
en algun cyber deseando
que estes bien, Amen