29.11.07
13.11.07
Crónica de una madriza en el exilio
Aquí sí, tooodos mis compañeros pueden dejar réplicas y mentadas de madre. Diviértanse.
MASACRE EN CANCHA DOS
No es una película de terror de Televicine: se trata de lo que pasa cuando uno trata de imitar a sus héroes de la tele. Eso sí, con harto corazónCecilia Guadarrama
Lo que natura non da, uniforme non presta. Dura lección que mis compañeros y amigos de
Y no es que hayan faltado corazón y ganas. Si lo vemos así, esta historia es de héroes incomprendidos que se plantaron con todos los tamaños (dirían los puristas, cuando todos sabemos que son güevos) a no permitir que el nombre de este diario fuera vilipendiado por el equipo de soccer de la revista Proceso en un cuadrangular que a la mera hora fue entre dos. Sin embargo y para no fallarle al futbol mexicano, el ímpetu y morirse en la cancha no alcanzaron ante el juego de conjunto, la triangulación efectiva y la contundencia del rival. Dicho en buen cristiano: nos pegaron una feroz madriza. Aquí les va la crónica, aficionadeees que viven la intensidad del futbool…
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Todo estaba escrito para una epopeya. El sol brillaba el sábado por la mañana; la cancha Dos de Ciudad Universitaria, donde entrena Pumas, lucía prístina y hasta los uniformes todavía olían al plástico con el que se vulcanizaron los dorsales: Higinio, Ocampo, Héctor, Legaspi, Lalo, Max, Shaggy, Mojica… Nuestro editor de futbol ordenó la alineación: un típico 4-4-2 que buscaría el arco rival. Pero tan pronto comenzó el juego, estas líneas desaparecieron para volverse una pelotera donde no había media cancha, los defensas corrían más que Ana Guevara y el portero, Ricardo Magallán, era candidato a un ataque de bilis. “Chingada madre: muévete, cabrón, vayan por la puta pelota, carajo”, era su línea cada vez que los delanteros rivales llegaban con peligro. De vez en cuando Eric Obregón, nuestro alto defensa que jugó con tenis para hacer aerobics, sacó unas que ni Darío Verón en ese mismo campo. Pero en un lapso de diez minutos cayeron dos goles de Proceso: ambos, jugadas donde las patas nomás no respondieron y las manitas de Magallán se hicieron de chicle. La desesperación empezó a cundir, los gritos no cesaban y los orquestadores del juego no aparecían. De repente los centrales eran delanteros y los delanteros… ¿alguien los vio? Ese parado táctico ya era un desmadre y Rafael Ocampo, fiel a su afán conciliador, no paraba de decir: “tranquilos, ahorita lo resolvemos” con lo poco que le salía de voz.
Y sí, las cosas mejoraron… El empate de los nuestros vino en dos jugadas fortuitas que los llenaron de esperanza, no así de organización y paciencia para ver si otra de esas pegaba. Con un cuadro completamente distinto, emulando al Cruz Azul de Markarián,
A esas alturas del partido –nunca esta frase encontró su significado más exacto– ya no importaba si Lalo tenía que cubrir a tres, que Legaspi no corriera más de cuatro metros sin tirar el bofe, que Max fungiera de inamovible poste o que Higi nada más fuera pura piña. Lo fundamental era no volver a recibir 15 goles, el marcador más deshonroso del equipo. Y aunque ya era una verdadera chorcha, sobre todo porque más de uno pedía esquina, Hugo sacó algunas increíbles.
Eric hizo una jugada que fue la síntesis de que ya no tenían nada que perder: en una descolgada de uno de los delanteros rivales, se oyó un unísono: “Corre, Eric, sí llegas, pícale”. Obregón hizo un sprint de quince metros, y a dos pasos de quitarle el balón al contrario, se escuchó un “¡crac!” que no podía ser otra cosa que un desgarre. ¿La jugada fue gol? No me acuerdo, porque todos estábamos tirados de risa en el suelo.
El árbitro, por indulgencia, pitó el final. Proceso 9-2