El 2011 fue un año, por decir lo menos, raro. Muchas cosas
pasaron sin que las buscara y otras por más que las deseé, no se dieron. Hubo
días en que no había otro consuelo que cerrar los ojos, pero casi siempre opté
por una buena carcajada y una que otra mentada de madre.
Fue un año de darle un significado nuevo a la familia, al
amor, a la comunicación, a los besos, a la furia, a la ineptitud, a todo lo que
dejó de sorprenderme. Y de refrendar a los amigos, la solidaridad, y la lealtad
de un amor incondicional que diariamente me despierta de un lengüetazo.
Y de todo eso se da cuenta uno hoy, en la víspera de
empedarse y de creer que el año que viene será un poco menos jodido que el que
ya se está yendo.
Hago, hagamos un solo propósito: preservarnos. Y pidamos
solo una cosa: salud. Lo demás es muy simple: aunque estén a las puertas del
infierno. No se rindan. Nunca.
Feliz 2012.